
Después de La Odisea el libro de viajes más famoso de la antigüedad es el Anábasis, escrito por Jenofonte. Espadas, ambiciones, traiciones, guerra. La literatura de viaje no cambia hasta la conocida Historia Verdadera, escrita en el siglo 2 antes de Cristo y adulada por muchos amantes de la ciencia ficción como la primer obra del género. Se trata de un viaje a la luna en donde su protagonista conoce los entresijos del conflicto entre el imperio selenita, perteneciente a Endimión, y el imperio solar, perteneciente a Faetón. En su viaje el protagonista queda sorprendido antes los selenitas, seres sin ano y con destrezas tan particulares como soplar el vidrio para hacer ropas y sacarse y meterse los ojos como unas gafas. Ni se digan sus tradiciones que ahora escandalizarían a más de un cristiano, asuntos como el matrimonio entre hombres y el embarazo de estos durante nueve meses. Después de la Historia Verdadera del sirio Luciano de Samósota, la literatura de viajes casi que en su totalidad se vuelve testimonios de poetas que conocen el mundo a través de parajes diversos (sic). En el siglo XIX aparecen más obras registradas y este tipo de escritura se volverá afamada y apetecida por lectores de todos los rincones. El fenómeno se duplica en el XX, pero: ¿es el siglo XXI y su realidad virtual el que transformará para siempre la narrativa de los viajantes?

Lo que parece decirnos el ambiente informativo y narrativo es que cambiarán las maneras de contarnos las cosas. Aunque tenemos que hacer unas aclaraciones. La primera de ellas es dejar claro que una cosa es sentarse en la mesa y escuchar al abuelo o a la abuela, al tío o a la madre, contar una historia de su vida personal; y otra cosa, muy distinta, es adquirir un producto que nos cuenta una historia personal de alguien, sea esta ficticia, autobiográfica o simplemente referencial. Lo llamo producto a secas porque podrían ser muchos objetos y formatos: un documental, un libro, una página de internet, una multimedia. Si algo nos ha enseñado esta siglo de las luces cibernéticas es que más que nunca, pese a estar ligados a servidores de emporios como Google o Facebook, la sociedad tiene una mediación muy personal de la información. Nuestros viajes a diarios son contados por nosotros mismos. Fotos continuas, aforismos espontáneos, videos en mil canales, reflexiones espontáneas del camino, acontecimientos, denuncias, impresiones, descripciones, en fin…La lista parece infinita. Tenemos las herramientas y los medios para contarnos al acceso de un clic. Tu me cuentas cómo llegaste, yo te cuento qué hice, él nos cuenta cómo es un burdel en Tailandia, ella nos cuenta su trabajo en Brasil. Todos nos contamos.

A pesar de no ser muchos los que se arriesgan a escribir un libro de un viaje–porque en verdad todos hemos tenido la intención, pero la pereza nos gana–, sí son muchos los que hacen de sus travesías el contenido más interesante de sus perfiles virtuales. En estos tiempos de celulares, tabletas y portátiles, las fotos de aquel viaje o todos los videos de este otro paseo o los textos de aquella expedición al Asia, son de los contenidos más comentados de la autobiografía que uno va construyendo en, por ejemplo, el Facebook. La forma de contar un viaje cambió—pero no parece libre. Sigue atada a un formato líquido, casi informal, que se conduce bajo cierto ordenamiento lógico que lo hace, por lo menos, predecible en sus manifestaciones y en sus consecuencias. Coloco una foto de un viaje a Bogotá en Monserrate y en menos de veinte minutos más de doce personas han emitido y publicado una opinión al respecto. Ya a nadie le importa escribir un libro de viajes porque nuestro periplo se anuncia, se revive y se finaliza a través de todo un proceso de comunicación social entre el viajero y sus seguidores en la internet.
Pero nada está perdido. Se pueden escribir libros electrónicos de viajes que, mezclando videos y fotos, hagan un documento estéticamente más atractivo y narrativamente más rico y complejo. O hacer un blog, que es lo que hacen miles de mochileros y trotamundos en la Internet. Lo que tenemos es maneras para contar. Solo hay que tener un poco de voluntad.
Por Américo Franco