Dan Brown es un novelista prolífico de ficciones y thrillers religiosos. Si la verdad nos decimos, alguien hasta podría afirmar que ha sido el autor más exitoso de esa literatura en todos los tiempos–unos tiempos muy cortos en verdad, pues de los best sellers se empieza hablar apenas en el siglo XX–. Brown es un novelista metódico, se nota cuando se despliega una de sus historias en el tablero y se desenvuelve de otra forma, encontrando los caminos por los que construye el misterio de la narración. Pero de eso no venimos a charlar en esta columna. Hablo de Dan Brown porque el éxito de sus novelas genera preguntas bastante interesantes: ¿por qué los creyentes compran ficciones de acción donde, en el trasfondo, quienes financian e impulsan la pelean son Dios y el Diablo?, ¿cuál duda tienen acerca de sus creencias y manifestaciones que buscan saciar en aquellos delirios de un escritor de Exeter?, ¿por qué un católico promedio podría afirmar que ha leído más libros de Dan Brown que pasajes de la Biblia?
Es interesante colocar el ojo en las memorias mitológicas que posee nuestra mente. Contenemos en nuestra información genética antiguos miedos y determinaciones que, en muchos casos, están ligados con las búsquedas religiosas o las explicaciones fantásticas. Si todos los dioses son una ficción que representa nuestras mayores virtudes y ambiciones de perfección, entonces tal vez cualquier ficción alimenta aquel espíritu divino, siendo una parte del Todo que podrían representar en su forma absoluta esos dioses. Leemos sobre Dios porque no lo entendemos en su totalidad y, aunque lo neguemos, en el fondo tenemos miedo y los thrillers de Dan Brown y muchos otros, en parte, se nutren de aquel miedo de la gente por los grandes misterios que la religión pareciese aclarar, pero que en verdad simplemente metamorfosea o distorsiona.
El miedo, la religión y los mundos fantásticos. Lo que existe son puentes entre esas tres ideas si vamos al caso, pero nos interesa ver al lector occidental promedio. Digamos que sea un lector que coge en el estante lo que le indica la moda del momento. Sin duda alguna aquellos libros que tratan de religión, del más allá o de presencias divinas en la vida terrenal, le generará cierta curiosidad o por lo menos cierta angustia. Ahí comienza la bola de nieve. Ahí es donde ponemos la mirada para situar el miedo primitivo que no nos abandona pese a tener tabletas electrónicas en las manos, es la sensación del misterio del mundo y de la realidad que todavía nos coloca un abismo en el ombligo para decirnos claramente que ignoramos muchas cosas. Que pese a calcular, medir y leer somos un fiambre extraño que no se explica bien el origen de sus días. Tal vez todos los miedos provengan de ese mismo miedo. Una extraña sensaciónque atraviesan libros como los de Dan Brown y nos distraen por unos instantes colocando palabras donde solo había temor. Porque si pudiéramos afirmar que lo que dicen esos libros es cháchara pura de seguro ni les metíamos plata, pero la inseguridad nos gana. Nos dejamos llevar por el misterio porque tememos que en ese libro nuestro Dios muera y tengamos que darle una santa sepultura y mirar el mañana sin su apoyo. O nos da alergia, escozor, pensar que en ese libro nuestras creencias más profundas queden al desnudo y develen su rostro vacilante y lleno de angustias. Son lecturas que nos dan candela para sentir miedo, pero también dicen ser “ficticias” y con eso nos tranquilizan, porque esa etiqueta nos da la certeza de que lo que vemos en la imaginación es simplemente eso, un fabular controlado, una fantasía diseñada para nuestro placer dominguero al sol.
Deberíamos, mejor, temernos a nosotros como lectores. ¿En verdad leemos para informarnos o podría ser apenas un ritual en el que apaciguamos nuestros temores y fantasmas? Mucha gente lee porque le produce un inmenso placer perseguir un monstruo o un culpable o un misterio o un asesino. Los thrillers religiosos, como los vampiros, están en su boom, pero tienen una configuración distinta, pues nadie relaciona su mundo religioso con chupasangres o lobos en dos patas. La gente teme todavía más a las ficciones que le hablan de sus creencias más profundas porque son su base, la diapositiva mental que ha creado y en la que se realiza su vida, sin la que jugar en este mundo podría ser peligroso. No es lo mismo recibir una pedrada de Nietzsche a leer una historia de estas, pero las causas que llevan a muchos a enfrentarlas y ponerse en contacto con ellas son casi las mismas, exceptuando el interés filosófico o académico. Muchos buscan que resquebrajen, por alguna u otra razón, a los grandes ídolos de su vida y así, tal vez, puedan leer mañana un poco más libres de aquella sensación de zozobra y esplendor.