La evolución espiritual se trata de escalar estadios de conciencia y sensibilidad que nos ayuden a sentirnos mejor en nuestro paso por la Tierra. Esa evolución espiritual es la más importante. Ligadas a ella hay otro tipo de evoluciones, como la evolución material y social. Estas dos últimas poseen una cualidad en común: son producto de la sociedad. Nadie te advierte cuando llegas al mundo que acumular tecnología, capital y finca raíz es conveniente para tu vida. Lo aprendes en las lógicas de la sociedad en la que estás inmerso. Sucede igual con la evolución del ser social, el que se desenvuelve con los demás y se conecta a través de la comunicación, la expresión y el sentido colectivo. Obviamente la evolución material y social tienen algo de individualidad, pues en el proceso de búsqueda de identidad y al aprender modos de supervivencia el individuo es quien encuentra las condiciones, convenciones, lenguajes y otro tipo de instrumentos que lo ayudan a ser él ante los otros, a encontrar su esencia entre la masa.
El mundo contemporáneo sufre una crisis, está perdiendo su conexión vital con los elementos y fenómenos de la vida que los caracterizan como un mundo humano. Todo se transforma en mercancía a un ritmo vertiginoso, lo que solo produce una sensación de banalidad, saturación, estrés y melancolía. La visión de muchos está más confortable en la conciencia del absurdo que en la misma conciencia de la naturaleza. Los grandes países y los líderes más carismáticos parecen tomarse muy en serio a los bancos, pero dejan a un lado la búsqueda de soluciones para un mundo más humano y menos esclavo del dinero, donde la industria sea un ejemplo de respeto a nuestro entorno y a nuestro cuerpo, y no un oasis lleno de basura que siempre tiene algo para vendernos.
El mundo humano al tiempo que profundiza sus valores modernos más fuertes, también descalabra sin miedo la búsqueda de respuestas distintas. La medicina alternativa , la producción de alimentos de manera sostenible, la educación como una forma de enseñar a pensar y a crear y no como una doctrina obligatoria que impone la industria, la ciudad como un ejemplo de convivencia con la naturaleza y no de separación de la misma. Nuestro tiempo se caracteriza por hacernos creer que somos libres, cuando en verdad somos libres apenas en la medida de nuestra capacidad de adquisición, lo que se traduce en un mundo hermoso y lleno de aventuras solo para quienes tienen dinero. Con esto no quiero decir que el dinero sea malo, no, el dinero es la materialización del amor que las personas sienten por su oficio, es una energía que impulsa otro tipo de energías y es un factor de cambio que ayuda a la sociedad a generar intercambios de valores de manera sencilla. Lo que es malo es la cultura que hay en torno al dinero que reza que este es sagrado, el nuevo dios del mundo, la fuerza indetenible que puede cambiarlo todo, la materia, la conciencia, la moral, los corazones. Esa cultura es nefasta y en su mayoría ha sido creada al estilo american way, lo cual dice que el dinero es el centro de gravedad y que el consumo es la terapia que acaba con cualquier enfermedad, el mecanismo directo más efectivo al momento de anestesiar la angustia de los individuos.
La evolución material está ligada a la evolución espiritual en cuanto a que entre más seamos conscientes de los recursos que obtenemos de la naturaleza, entre más los aprovechamos de la manera más limpia y sacra, entre más nos opongamos al desarrollo industrial eterno que parece querer consumirlo todo y mejorarlo todo hasta el infinito, con certeza vamos a establecer una conexión más vital con las fuentes de nuestros recursos y a cuestionar más los usos finales que se les dan. Somos una sociedad enferma porque dialogamos de manera enferma con el mundo, estamos pudriendo nuestra casa, la célula a la que pertenecemos, y parece no importarnos mucho. Pero nuestro espíritu es una muestra de luz innata que siempre nos advierte, sea mediante razones concretas, intuiciones, sensaciones o presagios. Y el mensaje que viene enviando hace mucho es que debemos cambiar el rumbo o nuestro futuro será muy incierto. Como lo veo yo, esa incertidumbre se apodera cada vez más de todos; la economía en crisis; las guerras por el petróleo y las que vendrán por el agua; la muerte de los dioses antiguos y el nacimiento de unos poderes nuevos que no son de fiar; la destrucción de un planeta entero a ritmo desenfrenado que parece no importarle a muchos porque “la vida es corta y el ritmo es loco”; el alejamiento del ritual que celebra lo más elemental del mundo para colocarlo en un plano sagrado, de respeto superior. Lo único que celebramos es nuestra promiscuidad, nuestra capacidad para burlarnos del otro y del diferente, nuestra capacidad de compra, nuestra superioridad en un mundo que se distingue por el lujo y la perfecta superficialidad. Dejamos de celebrar la lluvia, el río, el mar, la selva; dejamos de celebrar y hacer de ello un ritual cuando cambiamos el valor de las cosas por el precio que tienen. Desde los detalles hasta la improvisación nos parece que viene con el paquete.