Sobre lo espectacular y lo homogéneo

  Llegar a la Bienal del Libro en Rio de Janeiro y encontrarse en el pabellón del medio con una fila larguísima de adolescentes que esperaban un autógrafo y una sonrisa de Nicholas Sparks, un novelista americano de buena factura que escribe historias llenas de emociones y tormentas capaces de sacudir el corazón y el espíritu de las jóvenes actuales, tan inmersas en la Internet y los nuevos dispositivos, es darse cuenta que la literatura no pierde terreno en la cultura. Se espectaculariza en sus mecanismo de venta, sí, pero eso es cuestión de escuela y de estilo. Quien promociona sus libros al estilo de los gringos impacta visualmente y con bajos precios; quien lo hace al estilo de los europeos sabe que la sobriedad y la sencillez le dan un atractivo más sensato, más auténtico. De los dos estilos se veía en la Bienal, pero obviamente ganaba el american way, sobretodo porque muchas de las editoriales tenían unas entradas enmarcadas en inmensos impresos de cartón que parecían formar una estructura salomónica. Pero adentro la cosa era medio vacía y no por la calidad de la literatura, que si bien no podría juzgar hasta leerla, sino porque en todas esas editoriales premiaban los mismos temas. Vi tantos títulos en la literatura adolescente de vampiros y lobos que llegué a creer que acabaría tirando uno a mi bolsa por inercia; también leí tantos títulos de novelas que parecían sacados de la misma historia de espías y conspiraciones, que llegué a pensar que todos eran clones de James Bond o nietos perdidos de Sherlock Holmes; vi tantas editoriales manifestando ideales católicos, anglicanos, cristianos y evangélicos que perdí la esperanza en medio de la caminata y tuve que salir de allí sin mediar razones.

  Es muy llamativo ver que lo espectacular de los eventos se basa en una lógica de oferta editorial determinada por las fluctuaciones en los intereses del mercado. Porque los lectores antes de serlo, son mercado, y alguien tiene que convertirlos en cifras para que la maquinaria se engrase y la gente pueda seguir leyendo y escribiendo. Tal vez de eso se trata ahora, de convertir al mundo de la literatura, tan silencioso y pausado en ciertas ocasiones, en un oasis para los creativos publicitarios y directores de marketing, quienes le imprimirán la energía y consciencia suficiente para hacerlo atractivo. Esa parte de la literatura, de quienes manejan las ventas y los índices del mercado editorial y los dólares que financian todo, está llena de motivaciones que si bien podrían catalogarse hasta de filantrópicas, apenas se fijan en lo que es el arte ancestral de la escritura. Como en todo, nuestra modernidad parece estrecharnos de mentes al acercarnos tanto a las lógicas y dependencias de la eficiencia y el mercado. La mayoría de las cosas que se escriben ahora y se impulsan para una venta masiva son pura basura. De esos llamados best-sellers se salvan uno que otro, y los lectores infatigables, que han pasado horas imaginando sucesos entrañables junto a un libro, noches enteras conociendo las bondades de interpretar arquitecturas mágicas conformadas por palabras, saben y sienten que ahí más que arte o poesía lo que hay es artificio y engaño. Leer para seguir el mismo libreto de siempre. Leer para no salirse de los renglones, para no partirle la madre al mundo y sus directivos. Leer para no prender las antorchas y comenzar el incendio en la ciudad. Leer para creer que solo somos carne y pulsiones cerebrales. Leer para quedarnos con nuestra simple y vaga impresión de los hechos. Leer para no protestar. Leer para temer al vampiro. Leer para acostarse con el enemigo.

   No quiero ser mal interpretado. No estoy en contra de la producción de cierto tipo de libros. Todo lo contrario, me fascina que se motive la lectura, pues casi siempre quien se apega a la literatura como una forma de acompañar su experiencia en la vida, va creciendo en su consciencia e interés por leer obras donde pueda sumergirse profundamente. Lo que me produce algo de alergia es el tema de la homogenización de los contenidos. ¿Dónde está la creatividad de los escritores?, ¿no existen otros temas para variar, no hay otras cosas que produzcan sobresalto y emoción en nuestros corazones?, ¿nadie es capaz de contar otros ángulos de esta realidad rica y múltiple? Creo que preguntarlo no es necesario. Hay mucha creatividad y mucha tela para cortar, pero como lectores debemos exigir más a las editoriales. Que no vengan a tirarnos en la cara sus lecturitas mariconas donde apenas podemos descansar los ojos. Propongan libros que transformen, historias que se atrevan y se arriesguen, proyectos audaces que más que una estrategia de venta perfectamente diseñada, parezcan una inspiración artística dirigida y realizada con talento y humanidad.

Por El Olonés

Deja un comentario

Blog at WordPress.com.

A %d blogueros les gusta esto: