El reino de Tylenol (II)

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   No me gusta tener que salir del apartamento lujoso al que me acostumbré pero ya no tengo como pagar el alquiler. Siempre debí escuchar a mi padre cuando me decía que era mejor enterrarse cinco años pagando un apartamento propio a pagar cinco años apenas el lujo de habitarlo.

  Es en estos momentos donde los buenos amigos aparecen y los que apenas te seguían por interés, desaparecen entre saltos de falsa solidaridad y humildad. En mi caso ganan los primeros. Muchas amistades de vieja data me pidieron que me fuera con ellos a vivir, pero a todos rechacé la oferta por una enclenque dignidad que todos los días busca soportes en mis momentos de lucidez. Las rechacé todas menos una, la de Juanita Daltryt, una italiana que conocía en los años en que hacía libros con un amigo escritor y vendíamos nuestras publicaciones en ferias pequeñas y poco populares. Juanita es una artista que hace videos con todo tipo de cámaras y de grabadoras de sonido. Su obra, a grandes rasgos, es una mezcla de pop art del más warholiano junto a resaltos de ciencia ficción ochentera y símbolos de sensiblería hipster de la última década. A mi no me gustó mucho y todavía sus piezas me parecen algo intrépidas pero sin sustancia. Lo que si me fascina es su culo. Juanita debe ser, de lejos, una de las artistas más lindas que viven en esta Bogotá fría y de sol seco. Es una mamasita. Por eso acepté vivir con ella, porque la veré todos los días y que tal exista la remota posibilidad de que comencemos un romance. Por algo también le gustará que viva bajo su techo. ¿O no?

   La primera semana en la casa de Juanita es un constante juego de roles y coqueteos. Ella manda, me está enseñando lentamente a adecuarme a sus gustos y hábitos normales y me gusta. Salimos a correr temprano aunque a veces simplemente caminemos. El desayuno está siempre salpicado de frutas mezcladas y un buen té o un café. En las noches, cuando la vuelvo a ver, siempre le tengo listo un chocolate y unas tostadas con mantequilla. El primer fin de semana salimos también de fiesta y me presenta algunas de sus amigas. Una me coquetea pero no le hago caso. Estoy con la mente en Juanita y no quiero desperdiciar esta oportunidad de poder comenzar algo nuevo con una persona tan especial. En medio del baile y los tragos, me acerco por detrás a su delgada cintura y le bailo sensualmente. Me responde positivamente con sus movimientos y en dos giros del compás musical acabamos abrazados con las bocas muy cerca, mirándonos tan seriamente que nos parece casi un irrespeto no besarnos. Nuestras lenguas se buscan y antes de tocarnos siento el aire tibio de su aliento tocarme los filos de mi boca. Ahí nos quedamos y el mundo comienza a girar a nuestro alrededor. Giran las amigas de ella, la barra, la pista de baile, los baños de la disco, la calle de afuera; gira el taxista negro que nos lleva a casa, gira mi mano abriendo el portón del apartamento, giran nuestros cuerpos sobre el tapete de la sala y finalmente nuestras ropas se vuelven jirones, dejando que desnudos y ebrios y con la sonrisa caliente y perdida, nos amemos como las primeras veces, que siempre son tan llenas de abismo y desenfreno, de amor puro y placer pirotécnico.

   La mañana siguiente Juanita y yo nos abrazamos tanto que cuando la veo levantarse desnuda y salir en puntitas de pie hacia el baño, pienso que toda mi cadena de desgracias solo podrían tener sentido si esta era la consecuencia positiva que traerían a mi vida. Juanita me hace mil veces más feliz que Natalia. Es una mujer espontánea, diferente, llena de una sensibilidad tan particular que logra capturar mi mundo elevado y aspirarlo como un aire que le aumentaran las ganas de vivir. Los días van convirtiéndose a este ritmo en grandes oleadas de placer y feromonas que invaden nuestros encuentros y nos obligan a hacer el amor en cualquier rincón de la casa, de la calle o del lugar donde nos encontremos, porque en particular este amor es una gota de anarquismo en mi vida postulada con tantos valores fríos y que me prometieron orden pero solo produjeron caos. ¿Para qué confié tanto tiempo en la institución marital cuando sabía, en el fondo, que había días en que quería salir corriendo o tirar a Natalia por una ventana?, ¿por qué nunca fui claro conmigo mismo y me juzgué en pleno, contra el paredón, para darme cuenta que no era feliz?, ¿por qué nadie nos cuenta en verdad cómo se debe vivir en este mundo tan lleno de mentiras y guiones falsos, de paredes de algodón y muros de aire, de secretos que tapan cuerpos y palabras que oscurecen almas?, ¿quién está al mando de esta cosa loca?, ¿quién es el piloto o el senado o la secta que dirige este experimento que entre todos nos inventamos con resultados tan paupérrimos que ni siquiera podemos confiar en nuestra propia mente?

   Una noche Juanita en medio de un chocolate con tostadas que bebemos juntos, me dice que le preocupa mis insistentes dosis de Tylenol. Le cuento que lo que el médico me dijo sobre el dolor en la espalda y parece quedar igual de intranquila. Trato de convencerla diciéndole que el famoso Tylenol es apenas un tipo de acetaminofen. Totalmente inofensivo. Juanita y su irreverencia no ceden terreno. Me dice que me quiere llevar donde un brujo al que ella consulta para cosas médicas y de otro tipo. Me cuenta que muchas de las decisiones importantes que ha tomado en los últimos tres años y que han revolucionado su vida para bien, son producto de consejos que le da aquel misterioso místico al que se refiere por el nombre de Gabriel.

   Hoy, dos semanas después de aquella conversación nos encontramos en el norte de la ciudad en un conjunto de lujosos apartamentos a la espera de que el tal Gabriel nos atienda. El tipo nos colocó la cita a las once y aquí estamos. Cuando abre la puerta y se presenta una sensación de relajación inmediata se apodera de mis músculos. Me siento en confianza y pese a no estar acostumbrado a ver un tipo calvo con la barba hasta el ombligo, envuelto en una bata larga con dos pedazos de tejido azul alrededor del cuello que caen como tirones por el pecho y la espalda, pese a no estar tampoco muy familiarizado con su forma pensativa de mover las manos y la boca, puedo decir que el tal Gabriel me ha sorprendido y mi primera impresión de él es muy positiva. En la sala de su apartamento nos invita a sentarnos alrededor de la mesa de centro en un sofá donde, aclara, nos podemos dormir si queremos. Yo me quito los zapatos y me acomodo tan bien que de inmediato me da sueño. Los párpados me pesan y comienzo a sentir que la cabeza se me cae sobre el pecho de manera repentina. Juanita ni se da cuenta, anda embobada hablando con Gabriel, quien se la lleva para los cuartos del fondo para luego regresar solo y decirme que ha dejado a mi novia en compañía de su hermosa y sabia biblioteca, así que no tengo nada que temer. Ha llegado la hora de que hablemos de hombre a hombre.

   El diálogo con Gabriel es bastante constructivo. Primero me escucha durante casi una hora en que hablé de mi infancia, de mis rupturas paradigmáticas en la adolescencia, de mis traspaso entre disciplinas artísticas diversas, de los primeros encuentros sexuales y los amores que fueron la plataforma de aprendizaje de mi corazón, en fin, conté todo lo que yo creía me había forjado hasta el momento. Gabriel escuchó con atención, tomaba esporádicamente algunas notas muy cortas que me dejaba ver disimuladamente cuando colocaba el cuaderno abierto entre nosotros. También me contó algo de su vida personal. Me dijo que en verdad había llegado a Colombia desde su natal Rusia detrás de una mujer de Medellín, pero después de convivir tres años con ella se dio cuenta que no era lo que su vida necesitaba y se fue para las selvas del Amazonas a trabajar un tiempo con los indios. Allí perfeccionó su castellano y aprendió otras lenguas. Luego fue de pueblo en pueblo curando personas con tan solo hablarles y tratarlas durante algunas semanas. Su fama de curandero milagroso desbordó los pueblos, hasta grupos al margen de la ley llegaron a secuestrarlo para obligarlo a sanar sus soldados y capitanes heridos en combate. Gabriel me relata los acontecimientos como si fueran encadenados por un hilo que, más allá de tejer un sentido que amarre los hechos en una dirección, lo que hace es colocarlos como piezas que fueran armando un mensaje de tipo ético para mi espíritu. Cuando comenzamos a hablar de las mujeres me interrumpe para decirme que irá a ver a Juanita a la biblioteca y le ofrecerá un té. El brujo va y vuelve rápido y prepara varias bebidas calientes. A Juanita le lleva un infusión de naranja y a mí me da lo que él ha denominado “té del amor”.

   Después de varios sorbos del agua roja y caliente que bebí, empieza a relajarse mi cuerpo y me siento liberado, con ganas de soltar cosas, con la lengua lista para decir lo que nunca digo, con el corazón abierto para confesar mis dolores y rabias y dejarlos ir como malos venenos que son. Gabriel también me ofrece un cigarrillo de tabaco hindú. Al aspirar el humo poco a poco voy sintiendo que me elevo sobre la cama y que mi cuerpo tiene el peso de una pluma. Comienzo a divagar. Primero hablo apenas sandeces desconectadas que se refieren a mis viejos amigos de la infancia, a mis problemas en la escuela secundaria, a mis primeros amores en la universidad. Gabriel entonces me dice que beba un poco más de té. Mi mente se dispersa pero siento que hay una intención en el desorden momentáneo en el que me veo perdido. Hablo entonces de mi familia, de lo mucho que los quiero y me gustaría ayudarles; le digo a Gabriel que entre mi familia aprendí a ser hombre, responsable y trascendente. También le nombro a varios tíos y tías y le digo que sin ellos mi carácter actual no sería posible.

   Vuelvo a beber el té y esta vez me quedo dormido y de inmediato empiezo a soñar. Y sueño una idiotez, nada raro en mí. En el sueño yo estoy con una mujer negra muy guapa en las tribunas VIP de un hipódromo. Ella tiene los tickets de la apuesta en la mano izquierda y yo sostengo los binoculares para ver la carrera. Ganamos. La negra guapa me besa, puedo sentir en el cuello las cosquillas que me hace en la quijada su abultada bufanda de piel de zorro. Luego, los ganadores no encontramos cerca del podio con el jinete y otros ganadores. El caballo que todos celebran y palmean en el lomo se llama Colt, una bestia negra con una mancha en forma de hoja entre los ojos. Comienza a relinchar y a botar humo por la nariz. Sus patas crecen y su cuerpo también. Comienza a correr por todo el hipódromo y sigue creciendo hasta que le da una vuelta entera a la pista y se aproxima al lugar de la premiación. Yo no puedo moverme ni tampoco mover a mi guapa compañera. Antes de que el caballo llegue, esta negra deliciosa y dulce me da un beso que me deja bailando sobre mis propias piernas, pues al abrir los ojos—en el sueño—ella ha desaparecido junto con las miles de personas que me rodeaban. Ahora somos el caballo negro y gigante avanzando y yo, una figura escuálida, mal definida, que no se percibe con mucha autonomía y que depende de todo lo que pueda planear el inconsciente para darle final a esta secuencia onírica con visos de películas de acción. Cuando el caballo Colt ya me apunta con sus patos me despierto sudando en la sala de Gabriel.

   El curandero ruso continua a mi lado. Me dice que me ha dejado soñar para que experimente el espacio donde todo puede ser y todo puede acontecer. Me dan ganas de preguntarle por su nombre. ¿Cómo un ruso se va a llamar Gabriel? Pero el tipo apenas se ríe y me dice “esa es otra historia”. Luego me pasa un vaso de agua helada que me sabe a gloria. Mientras bebo del preciado líquido vital, el brujo me dice que mi problema es que estuve en una ola de la mala suerte y me quedé allí por mucho tiempo en vez de salir de ella. Me dijo que no era culpa mía, aunque haberme quedado sobre la ola tanto tiempo sí. “A cualquiera puede ocurrirle lo mismo”, me dice Gabriel, “es cuestión de como te deslizas en las infinitas posibilidades que tienes”. Estrecho mis ojos y le digo que no entendía lo último que dijo. Fueahí entonces que me Gabriel consiguió abrir mi cuerpo con su mirada y ver mi alma como es, a fondo.

   -Deslizarse en las posibilidades—me dice—es volverte el protagonista de lo que quieres en la vida. Tu nunca quisiste ser publicista. No sé qué hubieras podido ser porque apenas te conozco, pero elegiste mal tu posibilidad y ahora estas intentando salir de allí, cuando ya la posibilidad que has elegido ha materializado muchas cosas gracias a la energía que has invertido allí. Todo es cuestión de energía. Recuérdalo siempre. Ahora lo que vamos a hacer es que te voy a dar una prueba de que puedes modificar el mundo a tu antojo. Solo precisas de paciencia y consciencia.

   Me siento en un diálogo de la ayuda más despreciable y deschavetada que ya escuché en mi vida. Igual, sigo colocando atención en Gabriel. Su discurso logra opacar mis sensaciones de miedo.

  -Ahora vamos a soñar—me invita de nuevo a beber aquel té—. Yo te acompañaré en el viaje y te despertaré dentro de tu sueño, pero eso debes aprenderlo a hacer solo, hay miles de técnicas que te lo pueden enseñar. En el sueño te diré lo que tienes que hacer, pero de antemano te digo que intentes estar en silencio adentro de ti. Deja que las palabras se vuelvan objetos en tu mente y se muevan como asteroides en el espacio, y profundiza la atención en lo más hondo de ti.

   Me quedo dormido en un tiempo récord y esta vez sueño que estoy en un bosque de primavera, lleno de hojas verdes y pájaros que cantan. El sol entra por las ramas gigantes de los árboles y me alumbra el rostro. Puedo sentir su calor. Me voy en dirección al sol, en busca de su calor. Cuando una rama lo tapa la luz y puedo ver con más nitidez lo que tengo enfrente me encuentro de nuevo a Gabriel. Sé que es Gabriel porque siento su esencia, pero físicamente es otra persona. Es un soldado ruso de la guerra fría. Está vestido con botas, pantalón camuflado, porta una pistola niquelada al cinto, tiene una chaqueta de cuero forrada por dentro con piel de oso blanco y en la cabeza lleva un ushanka gris del que pende una cola en la parte de atrás que le cae hasta la mitad de la espalda. Nos saludamos y comienza a caminar de mi lado.

   -¿Eres Gabriel?—le pregunto por si las dudas.

  -Sí, que bueno que nos has dudado en reconocerme. Si hubieras dudados tal vez esta identidad de soldado ruso se hubiera apoderado de la experiencia y te hubiera asesinado. No creas que la pistola que llevo es de gracia.

  -Pensé que era para combatir las bestias feroces que pudieran salir de cualquier lugar en este mundo donde todo puede ocurrir.

  -¿Ves aquella montaña que está allá?—me señala al fondo una mancha triangular con niebla en las mitad—. Bueno, allá tendremos que subir. Quiero mostrarte una cosa desde la cima.

   Seguimos caminando y yo empiezo a sentir que esta experiencia onírica es más real de lo normal. A los pocos metros andados, de la nada surge un jeep conducido por un soldado ruso que lleva un uniforma similar al de Gabriel pero sin ushanka. Nos recoge en medio del camino y nos da un saludo militar. No pronuncia palabra y nos lleva directo a la montaña. El paisaje es neblina y tras ella la carretera, algunos visos de monte muy verde, ciertos árboles que asoman y cero animales.  Gabriel me mira de reojo y no parece nervioso aunque sus manos inquietas se muevan de un lado a otro. El silencio es muy débil si se le compara con el ruido que produce el jeep al andar, un batuqueo siniestro que me está dejando de paso sin espalda.

   Al llegar a la punta de la montaña Gabriel se despide del militar y este desaparece al instante entre la niebla por la que se difumina también la carretera para descender. Nos sentamos en una piedra cuadrada y plana que parece estar lista para nosotros. Las nubes se abren de a poco, en el fondo va apareciendo la luz del sol y un cielo azul que me saca una sonrisa. Gabriel me empieza a decir que yo puedo hacer que las nubes se vuelvan a cerrar o que el cielo vuelva a ser azul. Solo tengo que tener la intención de hacerlo.

   No entiendo muy bien lo de la intención y cuando intento hacer alguna modificación en lo que estamos viviendo, desato una tormenta furiosa y descarriada que nos lleva corriendo hasta debajo de un árbol, donde un trueno nos fulmina fatalmente y yo me despierto en el sofá del apartamento de Gabriel, con él a mi lado, también dormido y delirante por las hierbas y el té fumado. Me pongo de pie y busco a Juanita para que nos vayamos. La encuentro dormida encima de un libro. Cuando ya estamos saliendo, Gabriel se despierta y se despide de nosotros algo cansado. Me dice que la próxima sesión no me precipite tanto, que piense más en la energía de la intención y trate de sentirla, así como de disminuir el deseo sobre las cosas, pues según él, un deseo excesivo lo único que logra es desequilibrarme.

Por Charlotte Montenegro

Charlotte    Su carrera en las letras comenzó en la academia: universidades, congresos, grupos de investigación y marxistas que desarmaban cualquier pieza literaria fueron durante años el pan de cada día. En la clandestinidad escribió durante años y se mantuvo así, apenas aclamado por unos pocos fieles que como una secta lo siguen a todas partes. Charlotte Montenegro dejó atrás aquella actitud de científico literario y se transformó en lo que siempre había querido realmente: un escritor. Así fue que Charlotte llegó al proyecto de Lectores Secretos y decidió unirse a él, con su formidable talento para pensar y crear libros y con su pluma que expresa todo un mundo propio. Charlotte es colaborador asiduo de esta casa, un crítico de carácter y un abanderado de la cultura literaria.

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