Palabra y Consciencia

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   Cuando eres tu la voz que resuena en tu mente, puedes encontrar con ella respuestas múltiples y emitir energías diversas. Tanto buenas como malas. Por ejemplo. La persona que deja que su mente vuele en los avatares que la distraen y la estimulan todo el tiempo, no se encuentra a ella misma nunca. Tal vez solo al momento de confrontar consecuencias o responsabilidades, pero ni siquiera allí genera un diálogo fructífero. Hay que ser conscientes de que esa voz puede tomar mil formas ahí adentro. Puede convertise en imágemes encadenadas y tan vívidas como cualquier cinema; puede instaurar pasiones irrevocables que llenan de furia, amor, rabia o despecho los corazones humanos; crea fascinantes personajes que viven entre nosotros y a los cuales para darles vida solo basta con leerlos; puede establecer el diálogo y llevar a la reconciliación entre los pueblos.

   En conclusión, las palabra son elementos que provocan todo tipo de mundos; las imágenes, las criaturas, las tramas, las lógicas. Es el lenguaje el que define rasgos profundos, confusos y simples de nuestra naturaleza.

  Soy fiel creyente de que basta construir una relación apasionante y longeva con nuestra lengua para encontrar en ella respuestas cotidianas a los más profundos misterios, así como diferentes maneras de reconciliarse uno mismo con el mundo, con lo que sucede en su círculo social y privado, y con los demonios de todo tipo que azotan la consciencia e intentan adormecerla.

   Es ahí que nos encontramos con un problema del tamaño de una catedral. ¿Cómo pretendemos crear esa relación de características más poéticas con la lengua si nuestra vinculación con la lectura, por ejemplo (para no hablar con la escritura) es casi nula y se limita a los usos cotidianos de comunicación? Pero en la pregunta también hay una afirmación que bien valdría la pena analizar. Si la lectura es el mejor mecanismo por el que un individuo puede crear un vínculo poético con su lengua, ¿qué tiene que leer?, ¿cuáles son loas autores que importan, los que despertarán aquella sensibilidad? Y si estamos frente al caso contrario, afirmando que no solo la lectura y la escritura son ejercicios que construyen esa relación, entonces, ¿cuáles son las otras acciones que están a la mano?, ¿si leer y escribir ya es un fin claro de la actual sociedad de la información, por qué no lo es construir el puente entre nuestra consciencia y el lenguaje de manera correcta, sin la represión geométrica de la escuela ni la grotesca academización de la literatura?

  Como ven el tema lanza dardos en direcciones distantes entre si. Es la relatividad, la perspectiva, es cierto, pero también queda claro que solo una parte de la sociedad hace un uso curativo, energético y armonioso con su lengua y lo que puede expresar, evocar y celebrar a través de ella. Pero, ustedes dirán, ¿a que se refiere este con “uso curativo, energético y armonioso” del lemguaje? No es fácil entenderlo, sobretodo si en tu vida la lectura o la escritura no son acciones frecuentes, o por lo menos realizadas muy de vez en cuando. Quienes más cerca han estado a los libros y han expandido su consciencia sobre lo que estos significan como símbolos de sabiduría y memoria; quienes han abierto los ojos sobre las páginas para dar vida a los fantasmas, desdichas, glorias y fantasías de hombres que vivieron hace siglos o hace un día; esos, los lectores que se deleitan con un verso, que se erizan cuando un párrafo les salva el día o que se enamoran de una voz, son los que tendrán más facilidad para enxontrar palabras que sanen sus infiernos, frases que siempre los recitalicen y poesías que similares al los místicos amuletos, vienen cargadas con la buena fortuna, el porvenir abundante y la vida dichosa.

Por Indira Vásquez

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 Indira Vásquez nació en Lima, Perú, por el año de 1987. Su padre, un ingeniero enamorado de la literatura, desde temprano le inculcó un gusto genuino y creativo por las letras. Pero en verdad, dice ella misma, solo se atrevió a escribir cuando leyó los cuentos de Cortázar. Entendió que su mundo, tan poco interesante antes para el vasto imperio de la literatura, en verdad era la única puerta que tenía para sofocar, gozar o vivir de las letras. Desde entonces cultiva la escritura como un arte no solo para expresar. También para sanar el espíritu, expandir la consciencia y mejorar la vida.

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