La literatura, ¿un tema para quién?

La literatura siempre ha estado zanjada por dos bandos—por muchos, en verdad, pero vamos a fijar nuestra atención en los dos grupos mayoritarios—. Tal vez usted ya está formando una idea en sus adentros para bautizar a tan letradas y orfeas huestes. Pues bien, los primeros son los que disfrutan la literatura por pasión, porque la gozan y la exploran sin límites, porque leer libera su alma y nutre su consciencia. Y está el grupo de gente que estudia la literatura, atrincherados entre bibliotecas y computadores buscan descifrar estilos, autores, tramas, obras enteras. Cada segundo un integrante de un grupo salta al otro y viceversa, pero es innegable el tufillo que cada uno respira.

 

Comencemos porque la literatura, ese cuerpo sin forma que tiene por células los libros, sean de poesía o de mecánica cuántica, es un cuerpo que cambia continuamente. La literatura no es una catedral inaccesible que contiene la sabiduría del mundo, ni tampoco el cesto en el supermercado lleno de novelas de amor y consejos de autoayuda. No. La literatura en si misma es la compaginación de dos actividades, la escritura y la lectura. No hay libros sino se escriben, y menos si nadie los entiende. Además de ser dos acciones complementarias, la lectura y la escritura nos vinculan con el mundo “real” desde la primera infancia. Por eso nos enseñan las dos cosas al tiempo, porque están en el mismo paquete y nuestra sociedad letrada necesita que la mente adquiera velozmente aquel software.

Los lectores que gozan de la literatura y se dejan llevar por los gustos de la crítica (o los repudían), esos mismos que compran el libro de moda o el libro de la editorial independiente; esos mismos que le dan la oportunidad a un autor novo como la venia al que este ya en la cumbre, esos lectores nunca tienen la más mínima idea de lo que escribe la gente que estudia la literatura. Prefieren los libros que van a llenarlos de amor por la vida, de razones para fortalecer el espíritu y de historias y evocaciones fascinantes. A diferencia de eso los escritores académicos, es decir, los que escriben libros de literatura comparada, que formulan teorías alrededor de una generación de autores, los que analizan las novelas hasta desarmarlas por completo, esos personajes a veces tan soberbios y paquidermos, en verdad escriben la mayoría de veces mamotretos incomunicables que solo acaban por entender sus pares, es decir, otros investigadores que de seguro también escriben libros sobre la literatura que nadie va a leer

 

A donde quiero llegar en verdad es a los medios por los que la academia literaria le muestra al mundo sus logros en investigación. Todos los días vemos las páginas de noticias en internet científicos de prestigiosas universidades hablando sobre sus hallazgos en ciencia y tecnología, pero rara vez escuchamos algo de un investigador literario o de un académico literario. Rara vez, en verdad, a no ser que sea como gancho para un lanzamiento editorial o para hablar de una conmemoración cultural. No es ni vergonzoso ni doloroso, simplemente es así. Lo que tiene que buscar la academia literaria es salirse del claustro, de su ostracismo, y de paso dejar de contagiar con aquella funesta semilla a un montón de jóvenes que entran a sus facultades creyendo en la literatura, y se gradúan con desazón existencial y confundidos, porque sienten que lo que prometía la poesía no era eso. No era aquella estructura medieval atiborrada de sabios y bufones que solo hablan para si mismos.

 

Aquí hay un problema de comunicación clarísimo. Quienes piensan los libros, quienes investigan sobre ellos, parece que no tienen nada para decirle a los lectores de a pie, que apenas llevan dos o tres personajes en la memoria pero con eso les basta, o un poema en el corazón que de vez en cuando les salva la vida. Los académicos tienen que bajar la literatura de su nube soberbia y entregársela a la gente para que aprenda a jugar con ella, para que se familiarice, para que aprenda a querer el libro. Sé que hay muchas actividades y políticas y eventos con esa intención, pero en las universidades, que es de donde se espera salgan las propuestas más novedosas y clarividentes, lo que se percibe es un ruido investigativo que parece ahondarse con el auge de las nuevas tecnologías, que ya están ofreciendo herramientas y medios que van transformando la educación a pasos de gigante, y a su vez a todo el sistema cultural que se mantiene con la universidad y la escuela.

 

Si usted es un lector de olfato, siga así, su corazón lo mantendrá viajando entre lecturas provechosas y autores de una sola noche. Si usted es un literato académico, por favor, ¡díganos algo que nos motive a leer más y a escribir más! No se quede anclado en su basta y compacta investigación poque no solo puede acabar comiendo su valioso tiempo son ningún sentido, sino de paso su vida, que es la mayor y mejor razón que tiene la literatura para existir.

 

 

 

Chano Castaño

foto perfilSiempre que se le preguntan las razones para elegir escribir, argumenta que su pasión por los libros y la literatura es como un juego. Se divierte creando mundos ficticios, componiendo poemas de músicas diversas, llevando proyectos editoriales a la realidad. Escritor, periodista y editor, Chano Castaño publicó en 2010 la Historia Ciudadélica, novela ambientada en una ciudad alucinante y perdida en medio de un desierto donde todo es posible. Actualmente edita su libro de cuentos Pólvora Peyote y finaliza su segunda novela, El viajero perdido en camanance. Es el fundador de Lectores Secretos y actualmente reside en Rio de Janeiro, Brasil.

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