
Hacemos libros porque nos parece un oficio digno de un alma tan llena de profundidad como el alma humana. Leemos, escribimos y editamos no porque en otras labores nuestro desempeño sea menor, sino tal vez porque en esto nos sentimos con los dones abiertos a la inspiración y la evolución de lo que somos, como esencias, como ideal, como voluntad. Pero como a cualquiera que dedica sus energías a promulgar y abrir espacios y tiempos para el arte, tenemos también nuestras reservas sobre algunos aspectos del escenario en el que nos movemos. Y en este caso, desde el punto de vista de un editor, queremos hablar básicamente sobre los lectores. ¿Qué quieren?, ¿qué buscan?, ¿qué los seduce?
Como bien se percibe, todas son preguntas inoportunas para una experiencia tan elevada y de equilibrio tan volátil como la lectura. Todo puede llevarnos a ella (la duda, la carencia, la curiosidad, etcétera), y todo puede sacarnos también de sus delicias (el ruido, los metiches, el hambre, etcétera). Pero si bien es cierto, estas cuestiones merecen toda nuestra atención, sobretodo para quienes hacemos que los libros se mantengan como una expresión hermosa del espíritu.
Todos los lectores de todas las épocas desde que los hay, buscan que un libro despierte el viajero interno que cada uno lleva adentro (o el explorador, que también es un traveler). Un libro es una máquina que nos puede llevar al pasado y a un posible futuro, porque a través de las conexiones de la mente y del soporte de los signos, volamos entre los días y las noches y los siglos para ver de frente a los protagonistas de esta humanidad agobiada y ebria y poética, pero también podemos ver a los derrotados, a los olvidados, a los que nadie quiso contar en su momento porque no valían nada.
La lectura también es un viaje dentro de nosotros mismos y es un fenómeno que vemos desde la infancia. Los niños lectores se apasionan por los personajes ilustrados en sus libros, pero con el asombro de los primeros hombres que descubrieron el signo, el niño descubre en un libro creado solo con palabras que aquellas imágenes brotan de su mente con una vivacidad y a un ritmo que lo dejan fascinado y en éxtasis. Los niños lectores viajan dentro de sí mismos y se ven explorando sus cavernas y sus palacios interiores a través de narraciones extraordinarias que les van susurrando el secreto de las auroras que verán más adelante.
La lectura- ¡cómo no! -es un viaje hacia los otros. Siempre que nos enfrentamos a una ficción estamos adentrando nuestra alma en el paraíso único y figurado de una imaginación ajena. Los otros nos guían hacia algun punto del universo con el ritmo y tono de sus palabras. Obviamente en este tipo de escenarios está de por medio la calidad de lo que se lee. Es como comprar un pasaje con destino a la isla juerguista de Mykonos y ¡oh sorpresa!, bajarse del avión y darse cuenta que estamos en una playa atestada de basura y mar grisáceo. Cualquiera se frustra y es algo que puede sucederle a cualquier lector en cualquier idioma. Pero eso no significa que el viaje hacia el otro no suceda. Entrar en un libro es meterse en la psicología de su autor, hasta cierto punto y hasta cierto grado.
Explorar la vida y los socavones del ser implica la experiencia de la lectura. Muchos podrían argumentar que la meditación, el autoanálisis, la religión, la creación o la observación del mundo son otros métodos para lograr lo mismo. El asunto es que ¡la lectura es todo eso! Es entrar en el misterio del lenguaje y observar sus criaturas, sus mundos, soplar las brasas de la leyenda para despertar las sombras de otros tiempos y otros lugares; es observar con lupa nuestras obsesiones, nuestro caos, nuestro orden, nuestros ángulos infinitos; es creer en lo que somos, en lo que fuimos, en lo que podemos ser; es construir con lo que propone el otro, es a partir de mi imaginación despertar los fuegos y colores que trae la quietud de la página; es mirar con deleite y alegría el secreto de aquellas sombras, de aquellas letras negras que resuenan como acordes que jamás habíamos escuchado en los rincones de nuestra propia alma.
En conclusión: leer es vivir.
Chano Castaño
Siempre que se le preguntan las razones para elegir escribir, argumenta que su pasión por los libros y la literatura es como un juego. Se divierte creando mundos ficticios, componiendo poemas de músicas diversas, llevando proyectos editoriales a la realidad. Escritor, periodista y editor, Chano Castaño publicó en 2010 la Historia Ciudadélica, novela ambientada en una ciudad alucinante y perdida en medio de un desierto donde todo es posible. Actualmente edita su libro de cuentos Pólvora Peyote y finaliza su segunda novela, El viajero perdido en camanance. Es el fundador de Lectores Secretos y actualmente reside en Bogotá, Colombia.