Demonios

   Entonces vienen entrando dos demonios menores a una taberna, el primero queda sentado de espaldas a todo, y el otro ve su espalda mientras carga el arma que usará para desparramarlo en el momento mismo que le dé la oportunidad. El muerto ahí sentado no sabe el motivo del encargo. El que está alistando el arma tampoco. Le han pagado monedas suficientes para sostenerse un par de meses. El primero se voltea, cambia de mano el vaso, toma un sorbo, lo disfruta, tendrían que verlo, cómo goza ese sorbo, acaso le recuerda la vez esa en que le pasó la lengua entre las piernas a Tania, debe ser eso, el sabor es inigualable, sin embargo el jugo de la niña no calma la sed. El segundo lo envidia un poco y levanta la mano, pide una botella, sirve un trago y trata de emular a su futura víctima. No es posible, el paso del líquido por la garganta dibuja el sabor adecuado, sin problemas, pero tiene ese gusto a trago, a bebedizo, ya saben lo que dicen, es envenenarse con gusto y placer. Sirve otro y lo hace despacio, tal vez ha sido la técnica, el movimiento de la muñeca, el vaso. El primero pide otro trago y de la misma forma, apura el sorbo, sonríe, pasa la mano por la cara, revisa los billetes que lleva en el bolsillo de la camisa, saca su inhalador, lo inserta en su boca, aspira, ronca un poco, pasa otro trago más y de nuevo la cara de satisfacción. El segundo, imita de nuevo pasar un poco de alcohol, este es distinto, le recuerda el motivo que lo tiene ahí sentado, eso de lo cual no gusta, eso que los investigadores y abogados llaman el móvil, la justificación. La boca permanece húmeda, y el primero va al baño, vuelve, el sitio se va llenando poco a poco, el segundo, sirve otro más y otro más. Se levanta se dirige al primero, le dice que lo acompañe, el primero se siente apenado, dice que no, que muchas gracias, el primero le insiste y toma la copa del otro, lo lleva a la fuerza a la mesa.

   -Señor me toca matarlo, para eso me pagaron y eso es lo que voy a hacer, tengo que descargarle el proveedor en la cara, y dejarlo en vía pública para que el barrio entero se entere quién es el muerto en la acera. No hombre, no me diga eso. Sí, eso le digo.

   Los tragos hacen que la relación del cambio sea hecha con lubricante. Vea, yo le ofrezco el doble de lo que le pagan si mata al que me mandó matar. Otro par de tragos, chin chin, me hace las cosas complicadas, señor. Hacemos tratos en efectivo. Ni más faltaba. Piden otra botella. Seis horas después, el segundo le pregunta al primero, luego de verlo repetir sin fisura la acción placentera de tomar y tomar. En qué piensa señor, qué le recuerda el trago que tanto gusto le da tomarlo. Nada en especial, o todo, no sé, a lo mejor, saber que no es mi último día en la tierra, o mis hijos, o los hijos de otros, la verdad creo yo que es una cuestión de actitud. Actitud, vea usted hombre. Todo se debe hacer con actitud, por ejemplo, usted ya se emborrachó y no creo que pueda cumplirle a nadie, ni al que me mandó a matar, ni a mi. Deme el arma y me dice quién es, yo voy y lo acabo, vuelvo, y nos tomamos otra, ¿le parece? No, no señor, no me parece. Al segundo le entra la cerrazón de los hombres alicorados. Yo lo acompaño, faltaría más que usted me hiciera el trabajo. Pero si no es ningún trabajo, vea hombre no sea terco, quédese acá sentado, dígame quién mandó hacer el encargo. Pues su vecino. Mierda, pero si ese es un señor. Está seguro. Sí señor. El segundo solo pensaba en ella, llegar a buscarla, pero eso no se podía, de seguro estaba con el marido, y ese si era un señor, ni modos de hacer nada. Aguantarse las ganas, apretar labio y conformarse dándole de tomar a la frustración, con la cama fría, esa y todas las noches. Sí señor, el vecino suyo, el de la casa blanca, y si, ese señor es muy decente para mandar hacer esas cosas. Cuénteme hombre, cuánto vale hacer mi mandado. Eso costó cuatro pesos. Carajo como está de cara la vida. Deme el arma y yo arreglo el asunto. Piden otro trago, y uno pide el arma, el otro la niega, se abrazan, lloran, la noche se acaba y cada quien para su casa.

   De vuelta, el segundo demonio es golpeado por la brisa de la madrugada, se detiene en un puesto de comida, come, recuerda el encargo, se devuelve y entra de nuevo al bar, el primero también se ha devuelto. El asunto ha cambiado. Supe que por mí solo le dieron un millón y usted me quería sacar ocho. La profesionalización de un oficio radica en saber cuándo se hacen las cosas y cuánto se cobra por ellas. El segundo saca la pistola, y se la descarga a bocajarro al cantinero, y le dice al primero: Vea hombre, el asunto no es la plata, el factor a tratar aquí es por qué le cobro yo, o por qué medio barrio lo quiere muerto. El primero un poco intranquilo, voltea a ver al cantinero y le dice al segundo que se calme, que la intención no era tratarlo de mentiroso o dudar de su capacidad de hacer lo que debe. El asunto era que el vecino ya estaba muerto. Y no lo maté yo, y de seguro usted tampoco. El segundo efectivamente estaba en el momento de la muerte del vecino bastante ebrio y bastante lejos para acometer la acción, y el primero fue el que lo encontró muerto. A mi me parece que aquí hay manos de un tercero. Yo creo que de una tercera. Con el cantinero muerto, les tocó servirse y atenderse solos. Sobre las cuatro de la madrugada, la borrachera los cogía de nuevo. El segundo le contaba al primero lo difícil que era ser el amante de esa mujer tan linda, que eso no era vida, y que para remate de corrida, el marido era un buen tipo, tenía que serlo, mantener a esa reina en la casa… Para hacer eso, se debe tener mucho de hombre… Y él un matón, qué podía ofrecer… El primero le decía que no fuera pendejo, que esa relación no le convenía, que él tenía una hija mayorcita, que con gusto se la presentaba. Somos gentes de honor, como ya no se dan. Usted es muy buena persona, señor, cómo se le ocurre que a mi se me iba ocurrir matarlo, ni más faltaba. Bueno, le decía que yo no creo que al vecino lo haya matado una mujer. Cómo llega a la conclusión. Sencillo, el tipo estaba enamorado de usted, y no soportaba verlo con su mujer o mujeres y menos feliz. Algo así como… Si no es para mí no es para nadie. Exactamente. El segundo frenaba la conversación para pedir consejo. Pero usted la viera, si es una cosa exquisita, pequeñita ella, divina, no parece de verdad, y además tiene unos ojos preciosos, una piel divina. Hombre no se haga ese mal, ya no piense más en ella. En ese punto, cada uno tenía una botella de trago en la mano que ya no hacía efecto, estaban en ese hermoso estado de lucidez borracha, en la que todos son amables. Al clarear el día, resolvían que mejor se iban cada uno para la casa. El segundo le agradeció los consejos, lo de la hija también; el primero le decía que ni más faltaba, que todo un placer conocer caballeros; el segundo da un par de pasos en dirección contraria, se voltea y le pregunta que para cuándo la plata; el primero suelta la botella y sale a correr. Los cuatro primeros tiros le entraron limpios por la espalda.

   Le metió el pie debajo del pecho, lo volteó, antes de descargar otros dos en la cara, se arrodilló, le sacó los billetes de la camisa.

   —No se iba a ir sin pagar o ¿si?

Carlos Ayala

Yo.Miembro fundador de Las Filigranas de Perder y ganador de una mención de honor en el Segundo Simposio Internacional de Novela Negra con El Instalador. Escritor de ciencia ficción dura, lector voraz de Borges y todo libro que se pase frente a sus ojos y se figure como un reto y una promesa para la imaginación. Carlos Ayala hizo la compilación de cuento urbano Cenizas en el Andén (2009), fue corrector de estilo de la compilación de nuevos cuentistas boyacenses Pisadas en la niebla (2010), ha publicado en Letras Capitales y participa del proyecto de ciencia ficción Giroscopio. Es un escritor comprometido con los demonios y criaturas que engendra su creativa ensoñación, y con un lenguaje bien construido y un ritmo que no suelta del pescuezo al lector, ha empezado a crear una identidad propia en torno a sus propuestas literarias.

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