Bricolaje

   Suba, por favor, al último piso de su vivienda. Si vive en una casa de una o dos plantas, por favor, acuda a la de algún amigo un poco más alta; mejor si su amigo vive en un edificio como las Torres de Fenicia, las Torres del Parque, las Torres de Jiménez de Quesada. Eso, algo así, alto. Dígale, si quiere, para tranquilizarlo, que Usted está dedicado a hacer su tesis, que piensa centrarse en un detallado estudio de mercado sobre las instalaciones de las antenas de televisión o los tanques del agua. El caso es que se trepe

   Usted al techo. Una vez arriba, mire hacia abajo. Sienta el vértigo. Saboréelo desvergonzadamente, con lujuria. Contemple, dedíquele suma atención a, toda esa gente allá abajo, que va o viene del trabajo, que pasa chupando una paleta, una colombina, mordisqueando un cono, fumando, llevando un morral o una bolsa de supermercado, toda esa gente bien peinada que de repente se encuentra con un conocido y se dan la mano, o un abrazo, o hasta un beso.

Después de veintinueve minutos de contemplación, ni uno más, ni uno menos, pare con eso en seco. Y piense. Piense con lascivia, con inaudito desenfreno, en la infinitud de ocasiones en que Usted se ha comportado de la misma manera, es decir, ha ido por la calle chupando una paleta, embadurnándose con un algodón de anilina púrpura, llevando paquetes de supermercado, le ha dado la mano a un amigo, o incluso un beso.

Ahora está Usted listo. Sea valiente y piense en lo que se oculta detrás de todos esos actos inocentes. Por ejemplo, considere que en las idas y venidas al trabajo Usted y toda esa gente allá abajo han dilapidado de la manera más ruin un tiempo precioso que ya nunca más tendrán a disposición. Que mientras abría una bolsa de papas fritas, Usted perdió el irrepetible espectáculo de una araña devorando un ciempiés. Que mientras hacía la seña para detener un taxi, unas cuatro toneladas de polvo cósmico eran absorbidas de manera ineluctable y tendenciosa por un agujero negro. Que mientras apretaba las manos de sus conocidos y daba besos a diestra y siniestra como un mico frenético, Usted ignoró la tensión superficial que sostiene al zancudo a flote en un charco putrefacto.

Es correcto. Ese vendaval interno que siente que lo ahoga ahora ha de gozarse sin moderación, hasta el delirio. Ignore, por favor, los golpes en la puerta del techo, porque seguramente su amigo, el portero del edificio o algún familiar suyo estarán ya preocupados de su demora en el techo. Se ha olvidado advertirlo, pero Usted, precavido al máximo, habrá tenido la magnífica idea de bloquear la puerta con un candado o una silla vieja de las que se acumulan en los tejados.

   Muy bien. Ahora viene lo duro. Prepárese, respire hondo, tome impulso, y salte. Salte Usted sin miedo. Abajo la vida seguirá igual, de manera que no se ponga Usted en más consideraciones. Nadie lo extrañará. Para cuando lleguen los bomberos —si alguna vez lo hacen—, Usted ya habrá terminado. Despreocúpese de su brillante futuro y la olla de la leche que a estas horas estará desbordándose. No se regale ni un segundo para los recuerdos de toda la gente que Usted saludó o besó en el pasado como un mico inmisericorde.

   Cuando haya contabilizado cien saltos, deténgase en seco. Pásese un pañuelo por la frente para recoger el sudor. Guarde el lazo en un lugar seguro, lejos del alcance de los niños. Recuerde que la próxima rutina deberá hacerla en veintinueve días exactos, ni uno más, ni uno menos. Respire.

Alex Acevedo

mask  Estudió filosofía en la Universidad Nacional de Colombia. Pasó también por las aulas del Taller de Escritores de la Universidad Central. Ha sido galardonado con el segundo Puesto en el Concurso Nacional de Cuento, Líbano (1993), Primer Puesto en el Concurso Nacional de Cuento, Cartagena (1994) , y con Mención de Honor en el Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá (2002) por el libro de relatos “Casa A La Deriva”. Conserva inéditos algunos libros de cuentos y la novelas Roxana y Las Vibraciones del Sagrado Corazón, y Mientras Tanto Cuento Abalorios.

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