Sobre la FILBO y otras mieles en el zarzo

   Una buena feria del libro siempre tiene autores de gran factura como invitados, países con una oferta editorial importante que vienen a mostrar, editoriales grandes, medianas y chicas que traen sus propuestas para esa jauría de lectores que hace fila, paga boleta y se apeñusca en Corferias para lograr estar cerca de los libros.

   De todo eso vi en la FILBO 2015. Libros, lectores y mucha gente que pasaba de un lado a otro sin saber bien lo que buscaba. Precisamente como se encuentran los mejores libros, por azar, por serendipia. También observé que los pabellones ya no dan a basto (y eso que fui entre semana) y que la gente parece un río descontrolado, lleno de fuerzas que empujan y que sobrevuelan a otros, con piedras inmensas que desvían el resto del flujo. Corferias debe agrandar algunos espacios, o aprovechar mejor otros, pues percibí con cierta tristeza y desazón que en ciertos pabellones con dos pisos, el segundo era una oda a la dejadez y el aburrimiento. Había locales que uno no entendía lo que hacían en una feria del libro. Sí, es verdad, todos tienen derecho y la cultura y sus expresiones pueden estar en diversas vitrinas, pero…Podrían inventarse la forma de convocar más gente alrededor de los libros y menos artesanos variopintos, espacios culturales, agentes o instituciones regionales que traen propuestas pobrísimas y que no aportan nada significativo al evento, todavía menos aportan algo relacionado a los libros, que es lo que destaca la FILBO en todo su esplendor.

   La FILBO ya tiene espacios de tradición que la gente busca para adquirir sus productos favoritos. El pabellón de caricatura, siempre asediado por los jovencitos de colegio y por la turbamulta que busca comics baratos y adhesivos, es uno de ellos. Así mismo es el pabellón de Panamericana, siempre lleno de gangas y de tesoros económicos que se pueden encontrar bajo la hojarasca.

   Me encantaría decir lo mismo de las editoriales colombianas, pero no es así. Las únicas editoriales colombianas que realmente se destacan son las emergentes y las independientes, sobretodo por el diseño y su propuesta editorial diversa, creativa y llena de estímulos que en otras editoriales, más tradicionalistas y sosas, no tienen espacio. La Silueta, Rey Naranjo, Destiempo, entre otras, son las que más destacan. Hay muchas editoriales nacionales, es verdad, pero su falta de preocupación en el diseño de los libros, su facilidad a la hora de crear portadas y la manera poco interesante en que muestran sus productos, hacen tristemente de su propuesta una más entre el mar de cosas iguales.

   Algo más que me llamó mucho la atención en la FILBO fueron sus charlas y conferencias. Estuvieron abultadas y llenas de temas que apuntaban a diferentes intereses dentro del mundo editorial. Eso es un gran acierto. Hablar de imagen, del mundo digital, del lenguaje, del diseño, del mercado, de los géneros, todo eso y más hacía parte de lo que se habló en la FILBO por parte de plumas y personajes del medio que tienen experiencia y saben lo que dicen.

   Conclusión: desde mi punto de vista la FILBO estuvo bien, pudieron haber explotado más el tema de Macondo entre los espacios abiertos que hay en Corferias, y tantas otras cosas más, pero en general estuvo bien. Lo único por mejorar en verdad es la manera en que el evento atrae a más libreros, editores y diseñadores. Muchos espacios perdidos en cosas que no tienen nada que ver ni con el libro ni con la lectura. Esperemos la creatividad los ilumine en próximas ediciones y se llenen todos esos huequitos con libros y más libros.

Chano Castaño

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Siempre que se le preguntan las razones para elegir escribir, argumenta que su pasión por los libros y la literatura es como un juego. Se divierte creando mundos ficticios, componiendo poemas de músicas diversas, llevando proyectos editoriales a la realidad. Escritor, periodista y editor, Chano Castaño publicó en 2010 la Historia Ciudadélica, novela ambientada en una ciudad alucinante y perdida en medio de un desierto donde todo es posible. Actualmente edita su libro de cuentos Pólvora Peyote y finaliza su segunda novela,  El viajero perdido en camanance. Es el fundador de Lectores Secretos y actualmente reside en Bogotá, Colombia.

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