Versiones

La versión del carnicero

Subió las escaleras hasta el despacho sin decir una palabra. La indignación corría por sus venas. El jueves pasado una camioneta de sanidad distrital había llegado hasta la puerta de su negocio, desenfundando a un trio de funcionarios de corte estalinista—todos con chaqueta impermeable de colores y bigote de brocha—que supieron hacerle las preguntas clave, miraron la estructura de aguas y redes de servicios públicos del local, y al final decidieron sellarlo como por arte de magia. “Su carnicería no funcionará hasta nueva orden”, fue la sentencia del más bigotón de los tres. La camioneta se alejó dejando una estela de humo rancio y tóxico. El carnicero tomó una hacha y salió a la calle a busca rquien pudiera emitir la famosísima “nueva orden”.

La versión del vendedor de mangos

Los perros de sanidad vienen cuando buscan que les muerdan el bolsillo. Han tratado de buscarme el punto débil en el día inapropiado a la hora en que no estoy, pero jamás les he girado un cheque ni les he alegado nada. Mi local siempre está en regla, con la norma encima reflejada en todos sus detalles. Mis mangos importados y los sembrados aquí, vienen en empaques especiales por los que nadie teme una infección ni un producto malo. Los he escuchado decir que mi tienda es la mejor de la ciudad para ofrecer mangos y tratarlos. También que aquí en la única parte donde se preparan postres de mango y malteadas de mango. Hay muchos niños que arrastran a sus padres hasta la puerta del local solo para mostrarles la belleza de frutos que da su tierra. Mi tienda es hermosa, impoluta, llena de vitalidad y salud.

El carnicero es amigo mio, pero no puedo defender sus métodos. A veces se emborracha en pleno local, atendiendo a la gente, y eso no está bien visto. Para que sanidad haya tocado la puerta de su negocio, alguien tuvo que denunciarlo. ¿Quién? Lo vi salir hace pocas horas después del suceso con un hacha en la mano. Seguro fue a buscar al responsable del cierre.

La versión de sanidad

Nosotros salvamos a la ciudad cada tanto de alguna infección masiva. La gente que vende alimentos no es de lo más pulcra que digamos, además de siempre cometer el mismo error de tocar los billetes y la comida al mismo tiempo. ¿Es que acaso nadie les dijo por cuántas manos pasa un billete? Mal educados, definitivamente. Con los que tenemos que tener siempre el ojo encima es con los carniceros. Estos tipos suelen tener un perfil desastrozo, vivir con su negocio en condiciones nauseabundas y tratar los productos que venden sin ninguna higiene ni control sanitario. Para la muestra un botón. El carinicero de la calle San Luis fue denunciado esta mañana por beber en su local y manipular los productos bovinos y avícolas con las manos llenas de mugre y sin guantes. La denunciante fue una mujer de cincuenta años que sufrió un ataque de disentería durante cuatro días después de consumir un lomo de res que fue despachado del lugar señalado. Al llegar con la patrulla de sanidad, el carnicero, inocente de sus faltas, nos mostró el local con orgullo y sin esconder la suciedad y las condiciones nefastas de su negocio. Cuando colocamos el listón de SELLADO en la puerta, el tipo prometió venganza con su puño cerrado.

La versión del testigo

Yo vi a la policía especial llegar en las horas de la mañana. No sé bien por qué le cerraron el lugar, Orestes no es un mal carnicero ni es un tipo que venda cosas malas. Llevo más de 20 años comprando allí y nunca me ha sucedido nada, ni una enfermedad ni una diarrea como le dio a esa señora que lo denunció. vaya gente, denuncian a un carnicero pero jamás al gobierno corrupto o a las leyes injustas. Vaya ciudadanos de quinta categoría que somos aquí. En todo caso, Orestes es un buen tipo y ojalá pueda yo hablar para defenderlo. Conozco su espíritu de trabajador, indomable y madrugador. En todo caso, después de que los tipos salieron del local, Orestes salió con un hacha del sitio y un rostro endemoniado que no se le conocía por aquí.

La versión de doña Julia

Lo primero que me dijo el tipo ese el día que le advertí que lo iba a denunciar ante las autoridades sanitarias, fue “vieja sapa”. Le faltó pegarme al desgraciado. Me sacó de su negocio y me dijo que no volviera si no quería comprar allí, que no lo molestara. Quedé tan alterada con el trato de este señor, que de inmediato marqué al número que siempre nos dice la policía cuando denunciamos estos casos, y de inmediato llegó uno de los carros de la entidad con dos agentes. Las reglas básicas de sanidad estaban más que negadas por el carnicero, eso estaba calrísimo. Pero además de la inmunda condición de sus aposentos de trabajo, el tipo en la bodega mantenía carnes viejas, pollos viejos, y los vendía como menudencia para no perderlos. Un asqueroso, un truhan. Me parece excelente que le hayan cerrado el negocio, no podrá afectar más a la comunidad.

La versión del selador

Yo vi cuando Orestes pasó con el hacha pero no supe bien por qué corría ni para dónde iba. Como le comento, vivo pendiente de mi trabajo y no de las ocurrencias de la calle.

La versión del finado

Cuando vi a Orestes por la calle, supe que vendría a asesinarme. Tal vez todos pensaron que mataría a la señora que lo denunció. No fue así. Viene hasta mi casa a cobrar una apuesta de años por la que nos volvimos enemigos a muerte. Enemigos con honor, claro está, por eso él viene con tanta alegría e ira a cobrarme. Abre la puerta de una patada al mejor estilo de sus ancestros cosacos de la segunda guerra mundial. Me busca por mi propia casa, corre por la sala, jalonea del pelo a una de mis empleadas y luego baja al sótano, donde lo espero armado con un simple tubo delgado de acero. Cuando me ve, Orestes se abalanza y me dice que todo ha terminado, que por fin me puede matar: su carnicería ha cerrado por condiciones de sanidad, lo que alguna vez le dije que pasaría. En aquellos tiempos hablábamos más, pero Orestes se enfadó mucho por ese comentario y me retó a una apuesta de odio: si alguna vez él era condenado por las mismas cosas por las que lo juzgue en ese momento, me mataría. Yo no tendría derecho a asesinarlo pues todos los días cobraba mi carne gratis. Lo veo venir ahora con su hacha a partirme al cabeza en dos, como siempre lo soñó. Como siempre lo quiso desde el momento en que comenzó a odiarme por decirle la verdad.

Chano Castaño

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Siempre que se le preguntan las razones para elegir escribir, argumenta que su pasión por los libros y la literatura es como un juego. Se divierte creando mundos ficticios, componiendo poemas de músicas diversas, llevando proyectos editoriales a la realidad. Escritor, periodista y editor, Chano Castaño publicó en 2010 la Historia Ciudadélica, novela ambientada en una ciudad alucinante y perdida en medio de un desierto donde todo es posible. Actualmente edita su libro de cuentos Pólvora Peyote y finaliza su segunda novela,  El viajero perdido en camanance. Es el fundador de Lectores Secretos y actualmente reside en Bogotá, Colombia.

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