La magia es el performance más emblemático de la sabiduría. En su verdad mitológica, sincrética, también esta el espejo de los símbolos, infinito y desposeído cuando de entregarnos interpretaciones se trata. Una luz, un elemento, una fuerza, una intuición. El espíritu desgaja la experiencia y aunque todo puede ser visto como un acto mágico, como un signo de hechicería cotidiana, la verdad es que la vida cuesta y es dura y ninguna visión sideral durará para siempre. Hay que revivirlas, durante el día y durante la noche. Hay que volver a ser magos aprendiendo magia, por ejemplo, de la poesía. La canción eterna está poblada por conjuros, y en ellos podemos buscar el extraño mensaje de los tiempos y la eternidad.
Acá unos poemas de Chino Castaño, autor de esta casa. Poemagias que salen del gran vacío donde se cuece la vida y las arquitecturas sagradas del alma.
Conjuro estelar
Un barco.
Una amistad.
Nada que decir, por que hay rock y ron.
Pinches putos piratas con brújula poeta.
Simples.
Radicales libres.
Vasos de un brindis.
Siempre vaivén al timón.
Un libro dijo eso, aún mejor. No importa.
Un baile dijo lo funesto.
Menos acredito.
Un poema se llevo mi alma.
Ni brindaste con la pluma, solo sangría.
Que nunca en mi dolor nos coman los espantos.
Que todo sea una lucha y una tragedia
y griegos bajo los árboles.
Todos creemos. Todos al volante.
Solo una música nos cuestiona.
Guitarra, beat o bajo.
Cada quien en su refajo.
Esperando a cuestas y sin salida
un manifiesto de las estrellas.
PÓSIMA
Un pentagrama es una escritura indecisa,
Como todo libro pudo ser una familia
Y esa película un gran cultivo de naranjas.
Alguien exprime luz de nosotros
Porque la oscuridad sobra en nuestra locura,
Y el desdichado teatro de existir
Se hace dulce cuando habitamos el beso
Y transitamos el síntoma
Del cambio rotundo.
Fue el zum zum, el big bang,
la bola que viene gritando,
fue también el rock
y esa balacera que escuché en la infancia.
Los motivos para educar un alma
son múltiples y trágicos,
porque toda lengua es una fosa común
que aviva el cementerio,
que llena de mariposas un silencio gris.
Fue el ruido,
El grito,
la garganta desperada.
Todo eso y el amor
hicieron la primera canción
y la primera historia.
Onírico sinfónico
Fue el sueño el que lo convirtió en un burdo pasajero.
Lo hizo perder los momentos claves,
le dio una patada en la boca y lo dejó aturdido.
Soñó con ser poeta
pero supo apenas traicionar una mujer,
bailar en la noche
y escapar en elixires.
Soñó con el carnaval en la ciudad
y a la final, solo quería que ella estuviese cerca,
sin fiesta ni disfraz ni celofán.
Sola para su voraz ansiedad.
Soñó por otros,
por los vecinos,
por el Alcalde,
por los hijueputas,
por las malparidas,
por los que nunca supieron de un beso,
por los que supieron mucho de la calle,
por los que habitan los libros,
y entonces soñó dos veces,
que leía y que alguien lo leía.
Un espejo se rompió
en los anaqueles de la ilusión.
Soñó que los invisibles diamantes
que los poetas adjudican al ocaso,
o al amanecer o a la aurora,
en verdad eran mentiras,
hermosas mentiras eso sí,
pero no era suficiente para convencerlo.
“Y es que la poesía no debe convencer a nadie”,
decía él (plenilunio en marea alta)
“La poesía no debe tener un deber.
Ella es así y la sigo a donde sea.”
Soñaba, en noches febriles,
que las arañas de la tubería lo mordían en las axilas,
le jalaban el bigote de los huevos
y soplaban el hoyo uno de su acontecer.
Era una pesadilla que lo empujaba a las calles,
a deambular con una botella de ron
mientras acecha el lugar
donde su respiración se calmará.
Soñó que la nieve ardia,
que los barcos estaban ebrios,
que había algo en el Sur,
que el sosiego era un sueño,
que la pesadilla era intentar,
que la fuerza estaba adentro,
que el pan llegaba sin mesa,
que una esposa besaba el viento,
que un guitarrista de rock temblaba en el fuego.
Soñó que el fuego también lo helaba
y que un pálpito de algodón explotaba
en la oscuridad de su cabeza.
Soñó que alguien lo dejaba por un perro,
que se cansaba de comer carne,
que el cigarrillo se apagaba en su lengua.
Despertó cuando sintió el dolor,
la fragancia chamuscada, al carbón,
de sus palabras y sus dientes.
Despertó cuando se convirtió en el cadáver
que nadie recordaría ni pensaría.
Ni siquiera lo soñaron,
ni siquiera lo invocaron,
ni siquiera lo cremaron.
Entre la gusanera y adentro de una caja de madera
volvió a soñar.
Caminaba rumbo al cementerio
a despedir a un viejo amigo.
Siempre que se le preguntan las razones para elegir escribir, argumenta que su pasión por los libros y la literatura es como un juego. Se divierte creando mundos ficticios, componiendo poemas de músicas diversas, llevando proyectos editoriales a la realidad. Escritor, periodista y editor, Chano Castaño publicó en 2010 la Historia Ciudadélica, novela ambientada en una ciudad alucinante y perdida en medio de un desierto donde todo es posible. Actualmente edita su libro de cuentos Pólvora Peyote y finaliza su segunda novela, El viajero perdido en camanance. Es el fundador de Lectores Secretos y actualmente reside en Bogotá, Colombia.