La filosofía que nos enseña a emanciparnos de las pequeñas ansiedades que trae la cotidianidad, es una filosofía que también existe en la poesía. Escribir cartas es una forma de comunicación que permite la ilusión a largo plazo, y cómo no, la filosofía es a largo plazo también: las ideas que logran tranquilizarnos llegan con el paso de los años, no con el afán de los relojes que madrugan sin detenerse. En la atosigada carrera por demostrar que somos el símbolo del “éxito”, arroyamos nuestra mejor versión y pagamos las consecuencias. Entre más lejanos vivimos de nuestra naturaleza y de nuestros verdaderos talentos, más miedo y preocupación sentimos.
Las Cartas a Epicuro rescatan sentimientos, ideas, recuerdos y confesiones de un testigo de las enseñanzas del filósofo griego. Detrás de las cortas epístolas hay poesía a vivo fuego. Los fraseos incesantes llenos de transformación y frustración, los llamados al filósofo en clave de evocación religiosa, los amores atrapados en el abrazo del infortunio, las vestales ocasionales, los perros del Colofón, las visiones de una escritura que promete llegar con la primavera y cesar en el otoño.
A continuación les compartimos algunos textos de este bello poemario, escrito por Chano Castaño.
I
Aunque sabía que lo suyo no era estar presente, se quedó para verlo. Sentía algo de nervios de solo pensar en que era el testigo de tal circunstancia. Un hecho tan relevante y nada cotidiano merecía un público de más altura, y allí ningún espectador tenía más fuerza que una pulga ni el ditirambo excesivo del oro. Más bien parecían una raza extraña, de silencios y penumbras, que todavía no invoca las grandiosas esferas del exceso ni conquista los laberintos de la razón y la pasión. Pero nada de eso parecía ser muy importante ahora. El acontecimiento único que los reunía se figuraba como la primigenia versión de un gran cambio, una especie de renacimiento del que no tenían precedente. Y fue entonces, cuando ya todos tenían los ojos muy listos y la mente muy atenta, que apareció Epicuro en medio de la plaza, vestido con su himatlón de lino y con sandalias de dugón, y abrió sus brazos como una vía láctea que se expande y dijo una primera palabra, una segunda palabra, una tercera palabra, y luego sonrió como un viejo al mar, se dio media vuelta y siguió su camino como quien sigue algo muy diferente al destino.
III
Siendo sinceros, Epicuro, te digo que el mundo se parece cada vez más a las carreras de perros que veíamos desde las montañas bajas del Colofón. Recuerdo que venías con tu bata hecha de filosofía a decirnos cosas que nos hicieran temblar el ombligo, a evocar los fantasmas que insinúan el erotismo y conspiran a favor de la carne, porque además siempre traías algo de vino y de frutas, con tu cándida postura de jerarca del hedonismo, y llenabas nuestro estómago vacío y mirabas a lo lejos, con ojos de pionero, solo para darnos a entender que la vida era extensa, tanto como se pudiera abrir una manzana en nuestras manos. Recuerdo también que fuiste polvo de metáfora, riego del fuego, amigo en la estrechez de las violencias. Nunca dejaste, Epicuro, que la vida fuese un juego de luchas y pérdidas, de agobios y turnos, de lanzas y esperas. Siempre fuiste el secreto que emancipa la sangre, la música que contiene el secreto y la palabra fugaz que lo predica.
IX
No estoy seguro de lo que digo a veces, Epicuro. La certeza de estar vivo es la misma mentira. Un sol se apaga, una noche estalla en luz, y yo a veces pienso en ella, o en él. Tanto corazón en esta casa liviana, en los huesos corroídos y ahumados. Mi lisergia, a cántaros invadiendo mi cuerpo, es una hoja que flota en el soplo de un aire sin rostro. A veces, te lo confieso, amado Epicuro, escribirte cartas que no te llegarán (o que tal vez sí, y ahí está la gracia), es cantar Unchained melody mientras el candor me abraza y yo me hago pentagrama. Porque, Epicuro, hay algo en los corazones que salen de la esquina, una especie de grito que tintinea en clave de sol un pedazo de lo que niego (o que otros niegan dentro de mí, habitando mi sangre dispersa). Porque la luz me mira a los ojos y hasta el tinte más opaco de lo que soy se vuelve un despertar. Porque, (y esto te lo digo, Epicuro, con el cuerpo apretado en un sueño), la vida no se parece a lo que creemos de la vida. Ella es más salvaje, como una lanza que navega los testimonios que le brotan, impunes y dobles, desde la orilla donde nos miramos al espejo. No sé si las horas merezcan el cortauñas, pero me arriesgaré a trazar mis venas con delirios. Bailaré a la noche y nadie me detendrá. Nadie me dará instrucciones para abrazar lo que me falta.
Este título fue publicado a mediados de 2019 en nuestra colección Oquesta Solar de poesía. Su autor es Chano Castaño y la realización de los ejemplares fue artesanal, con grabado en linóleo, impresión casera y grapas. A continuación les compartimos algunos de los textos presentes en el poemario. Si están interesados en un ejemplar recuerden escribir al correo lectores.secretos@gmail.com.