Capicúa arcana de la literatura cubana

 

El 16 de julio es una fecha capicúa para la literatura cubana. Ese día nace Reinaldo Arenas, uno de los outsiders de la literatura de la isla, y muere Nicolás Guillén, el prodigio de la poesía afrocubana que siempre defendió la dictadura castrista. No conozco Cuba ni tampoco toda su literatura, pero en la medida de mis lecturas hechas hasta ahora, he sentido que tengo una obsesión que siempre me lleva a querer a sus figuras como si fueran hermanos y a entender, en la medida de lo posible, sus dramas personales y políticos, porque todos los escritores y escritoras de Cuba tienen que aguantar la espada cobriza del comunismo castrista y, si bien algunos vivieron plenos bajo la protección del régimen, otros tuvieron que sufrir lo innombrable, aún en nuestros días.

Reinaldo Arenas y Nicolás Guillén son como el agua y el aceite. Las diferencias que alguna vez no fueron tantas, con el tiempo los pusieron tan lejos que se olvidaron mutuamente y dejaron que el tiempo curara las heridas, que si bien no eran las más profundas, fueron suficientes para distanciar a dos artistas de letras que llegaron a tener un aprecio mutuo que se parecía a la amistad. Guillén nació en 1902, Arenas en 1943. Cuando Reinaldo era un bebé de brazos Nicolás Guillén ya había escrito varios libros de poesía, entre esos Sóngoro cosongo: poemas mulatos, y por los días de 1932 el mismísimo Miguel de Unamuno, uno de los princeps de la generación del 98, escribió a Guillén una carta admirativa que el cubano tomaría como una bienvenida plácida al mundo de la literatura hispanoamericana. Sóngoro cosongo tiene versos donde el habla callejera, el canto, el rezo y la vieja algarabía se entretejen formando canciones, lo que ejemplifica el espíritu cubano en su máxima expresión:

 

Madrigal

 

Tu vientre sabe más que tu cabeza
y tanto como tus muslos.
Ésa es la fuerte gracia negra
de tu cuerpo desnudo.

Signo de selva el tuyo
con tus collares rojos,
tus brazaletes de oro curvo,
y ese caimán oscuro
nadando en el Zambeze de tus ojos.

 

 

 

Reinaldo Arenas, el agua, el escurridizo de esta historia, empezó a escribir cuando se dio cuenta que su vocación era la rebeldía. Su adolescencia está marcada por la guerra contra el dictador Fulgencio Batista y su corazón, como el de millones de latinoamericano de ese tiempo (y de ahora), estaba lleno del sufrimiento que venía de los campos, y cuando la revolución se presentó como una oportunidad de darlo todo para cambiarlo todo, Reinaldo no lo dudó un segundo. Quién sabe qué pensaría el autor de Antes de que anochezca cuando el dictador claudicó frente a un pueblo enardecido que no aguantaba más. Seguro sintió felicidad, el primer respiro de libertad, de autonomía. Lastimosamente esta plenitud no duraría más que un soplo que trae la marea. El régimen de Fidel Castro, poco a poco, convirtió a Reinaldo Arenas en un paria, y de todo lo señalaba, como si estar vivo ya fuera una culpa inexpugnable. Le pusieron el dedo encima por ser marica, por crítico, por dislocado, por cargar en sí la energía típica de quien viene a darle un vuelco a los órdenes establecidos que tantas corazas nos ciñen al espíritu. El marginado tuvo que sufrir cárcel, torturas, penas y derrumbes bajo la chivera y las botas de Fidel Castro hasta 1980, cuando el chafarote decidió abrir por un año las puertas de la isla al pauperizado éxodo de Mariel. Arena logró llegar vivo a Estados Unidos y vivió con máxima intensidad, supongo, la década de los ochenta, porque entre una ciudad y otra bailó, amó y besó hombres guapos y deshechos hasta que se le crispó la piel y se le calmó el corazón. Estaba enfermo de sida pero de eso no murió. Se suicidó dejando una carta de explicación en la que culpaba de todos sus males, penas y desgracias al déspota estalinista Fidel Alejandro Castro Ruz.

 

 

Reinaldo Arenas fue muy crítico con los escritores cortesanos del régimen, tipo García Márquez, Julio Cortázar y, por supuesto, nuestro colega capicúa, Nicolás Guillen, a quien le aplicó una de sus famosísimas “órdenes de rompimiento de amistad”, en la cual le notificaba el quebrantamiento de todo vínculo emocional, psíquico, material, político y espiritual que pudieran tener, y le pedía encarecidamente que evitara su presencia, todo con el ánimo de ahorrarse tropeles y desmanes que no pudieran resolver con literatura. Guillén ni siquiera se tomó la molestia de responder a tan nefanda epístola, como tampoco se negó a recibir, en pleno auge de la revolución cubana, el premio Lenin de la paz, el cual se llamaba unos años antes premio Stalin de la paz, y era considerado uno de los máximos galardones que otorgaba la Unión Soviética, pero al cual en el proceso de desestanilización que vivió Rusia le cambiaron el nombre. En fin, la hipocresía.

Nicolás Guillén siempre fue un buen escritor y un buen funcionario. Escribió, ganó premios importantes, trajo al escenario de la poesía el habla de la negritud cubana, ensalzó lo mestizo y puso en boca de todos los intelectuales la importancia de hablar con lo afro, con el quilombo, con el candomblé. La institucionalización de su personalidad le acarreó problemas, críticas de todo lado y un poder omnívoro como presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de la que el poeta sería presidente hasta su último día de vida. Su influencia en la cultura cubana fue decisiva estando en un cargo de tan alto nivel.

 

 

 

Estos dos reflejos del exilio y del estatismo, de una literatura liberada por el Estado y otra que esta cautiva; este espejo de dos vidas dedicadas a la escritura y a la cultura, es también la historia de Cuba y la tragedia de su gente. Vale la pena recordar hoy, 16 de julio, que un novelista nació y un poeta murió, y que en ese ciclo de la vida, en esa vuelta al sol y a la isla donde todo lo vivieron y todo lo perdieron, también está la literatura.

 

Libro Songoro consongo completo: https://bit.ly/Songoro

 

 

Chano Castaño

Siempre que se le preguntan las razones para elegir escribir, argumenta que su pasión por los libros y la literatura es como un juego. Se divierte creando mundos ficticios, componiendo poemas de músicas diversas y llevando proyectos editoriales a la realidad. Escritor, periodista y editor, Chano Castaño publicó en 2010 la Historia Ciudadélica, novela ambientada en una ciudad alucinante y perdida en medio de un desierto donde todo es posible. Actualmente trabaja en su libro de cuentos Pólvora Peyote y finaliza su segunda novela,  El viajero perdido en camanance. Es el fundador de Lectores Secretos y actualmente reside en Bogotá.

 

 

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