Hemingway y su aventura inmortal

 

   La decepción más profunda que le dejó la guerra a Ernest Miller Hemingway fue la ruptura amorosa con Agnes Von Kurowsky. El joven soldado apenas pudo recuperarse del dolor que le produjo perder a la mujer que lo curó en el campo de batalla, y aunque los días estaban contados para que conociera a la que sería su primera esposa, Hadley Richardson, la cicatriz emocional perduraría por muchos años. Seguramente esa cicatriz también el mismo Hemingway, en colaboración con su personalidad aventurera y machirula, se la dejó trazada a muchas de sus compañeras sentimentales. El conspicuo cronista de Illinois se casó varias veces con mujeres inteligentísimas, de belleza natural, con enormes fortunas, y a todas las amó en la medida de lo posible para él, que en muchos casos, era la medida de su dislocada vida juerguista. Siempre un corazón enamorado necesita dosis extras de alcohol para resistir el maltrecho camino de los desengaños y las pasiones, y Hemingway administraba sus tragos a la limón de sus aventuras y enamoramientos, lo que permitía que su vida fuera un tablado fogoso y magnético. La crítica, aún desde sus primeras novelas, ya venía señalando su literatura con demasiada testosterona y su tendencia a mitificar la imagen del hombre fuerte, mujeriego, borracho, bribón y andariego. A pesar de estos señalamientos, el cazador de venados nunca dejó de apretar el gatillo de la creatividad y siempre intentó transmitir la vida como su propio cuerpo la había experimentado.

   Hemingway fue un personaje que maduró su escritura en el campo ferviente del periodismo de guerra pero también en su paso por múltiples lugares. De París a la Habana o de Cayo Hueso a Sun Valley, cada uno de sus movimientos fue un detonante para su narrativa y perspectiva literaria. Su postura política también fue madurando a ese ritmo y su mirada comprendía a cabalidad los conflictos del mundo y los protagonistas mezquinos de ese teatro dantesco. En muchas ocasiones, ya con su fama a cuestas, tuvo que soportar el halago de estos oscuros personajes que tenían las manos untadas de sangre. Hemingway recibió una medalla al valor por sus acciones en la guerra, y recibió un premio Nobel de literatura por su obra. Los dos premios evidencian la valentía de un ser humano por superar la conflagración inevitable que todos compartimos: la vida.

 

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   Cabe destacar que Hemingway aún hoy destila un encanto muy similar al de Indiana Jones, James Bond o la Roca. Sus diversas famas de hombre de acción lo definen como un cazador de puntería magistral, un bebedor infatigable y siempre encantador, un hablador fascinante, un cronista de guerra que toma las armas, un camarada de trinchera irremplazable, un amante furtivo y salvaje, un peleador de calle, un escritor de sudor y lágrimas. En fin. Eso es Hemingway para muchos. Pero la verdad es que el símbolo de la impostergable hazaña que volverá la intensidad a la vida, también es un mortal común y corriente con problemas de alcohol; el tipo que supo granjearse una existencia llena de tiros y de muertos y de gloria para luego contar una historia tan triste como la victoria, también es un muñeco de carne y hueso que siente que la vida explota entre sus manos.

 

 

 

   Antes de recibir el premio Nobel, Hemingway tuvo dos accidentes aéreos en el África en los que sufrió heridas contundentes que le dejaron traumas leves pero incómodos para una persona acostumbrada al movimiento infatigable. En un cuento de Ray Bradbury llamado The Killimanjaro device, aparece un probable Hemingway que discute sobre su propio deceso, y afirma que de poder elegir su muerte, si esa opción en verdad la hubiese tenido, sin duda elegiría morir en esos incendios en el aire y en esos aterrizajes en el abismo. Era mejor no vivir, luego la pesadilla sería fatal con todos los suplicios difíciles y demandantes. Ese Hemingway probable del cuento de Bradbury es un espejo del verdadero Hemingway que pide mojitos en una barra de la Bodeguita del Medio. Su caída perfecta era en esa tupida selva llena de misterios, entre las bocanadas de un fuego que todo lo consume por siempre y para siempre.

   A sus 121 años de nacimiento, el viejo exquisito, rutilante y desafiante que fue Ernest Hemingway, sigue ofreciendo un banquete para la imaginación y para los amantes de la literatura. Seguirá siendo criticado por su pelo en pecho, se remolino en el ombligo y su espuma al mear. Nadie se lo niega. De todas maneras, leer al maestro de las frases duras, al periodista que le dio la cara a la muerte y al novelista y cuentista que compuso hermosos libros como El vejo y el mar Por quién doblan las campanas, es un viaje único, emocionantes a más no poder, con todos los detalles verídicos y dolorosos de un horror y una vida que marcó la cultura y la literatura del siglo XX. Feliz cumpleaños entonces, Ernest Hemingway, y ojalá en algún lugar distante y pacífico alguien doble las campanas en nombre de toda la humanidad, la misma a la que tu memoria está atada y que resuena cada vez que tu nombre se pronuncia entre tus libros.

 

 

 

 

Chano Castaño

Creador de la editorial Lectores Secretos. Escritor de ficciones, ensayo y periodismo. Lector. Bibliófilo. Melómano. Autor de las novelas Las cuatro visiones de la peyotiza Historia Ciudadélika, y del libro de poemas Cartas a Epicuro. 

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